martes, 28 de diciembre de 2010

Carlos Fabra, ese gran hombre (IV)

Hoy es un día excepcionalmente bueno para el señor Fabra y, con casi total seguridad, para la plana mayor del PP. Y no es que le haya tocado la lotería como en otras (muy) diversas ocasiones –hay quien dice que comprar los boletos ganadores por importes incluso más bajos son una buena manera de blanquear el dinero y de no tener el ganador que declarar a Hacienda– sino que acaba de librarse de cuatro de sus siete presuntos delitos fiscales, porque la Audiencia provincial de Castellón ha decidido que no basta que el Juzgado nº 1 de Nules haya investigado las cuentas del señor Fabra desde 2004 (una persona que tiene a su nombre más de doscientas cuentas bancarias). Al parecer, tampoco bastan los exhaustivos estudios y complejos seguimientos de los peritos judiciales por demostrar que, como mínimo, existen grandes indicios de delitos contra la Administración Pública por parte de Fabra y su familia (¿cuánto le habrá costado al heraldo público el trabajo de un equipo de profesionales durante seis años? ¿Dos, tres, cinco millones? ¿Cuánto falta por gastar?).

Evidentemente, no tardó el bocazas de Esteban Pons en soltar una de sus perlas; “esto es una mala noticia para los fans de los banquillos mediáticos, que en España, hay muchos.” Es de cretinos, sinceramente. Aunque dejo a Pons para otra vez, pues merece un apartado para él solito, aunque un avance bien podría ser una simple pregunta: Señor González Pons, ¿los familiares de las víctimas del franquismo también entran dentro su grupo tan ingeniosamente llamado “de amantes de los banquillos mediáticos”?

Estoy cansado. No voy a explayarme demasiado en detalles o en recalcar las investigaciones realizadas para nada, pues ya me imaginaba yo que Carlitos no acabaría en la cárcel. Era de esperar que sus amigos de la Audiencia fueran a buscar una salida acorde con su condición y sus problemas. Y aunque falta por decidir si varios delitos pendientes se pueden procesar, no es complicado deducir que ya se buscaran los amigos del alma vías de escape más o menos legales que sin duda frenarán este tema varios años más. Los suficientes como para que el ladrón siga pensando que todos son de su condición.

Personalmente, lo que peor me ha sentado no son estos datos –sigue el señor Fabra sin poder aclarar cómo ha ganado 2,2 millones de euros en tres años– sino el hecho de que el PP de Castellón haya exigido al PSOE que se disculpe públicamente por pedir que se haga justicia durante estos años. Esto es lo más. Alegrarse porque los delitos prescriben, en vez de alegrarse porque se haya demostrado la inocencia de su compañero. Alegrarse porque no se consiga ir a juicio. Alegrarse por esconderse detrás la falacia, la manipulación  y la mentira.

Tremendo. Cobarde, bajo, inmoral, estúpido, escabroso, obsceno, maligno, déspota y demasiado rancio.


Sigamos, pues, ante la adversidad y la pedantería que, cada día y con más fuerza, sigue latente en los corazones oscuros y tenebrosos de los que se alegran por el malestar de los españoles.






lunes, 20 de diciembre de 2010

El arte de fingir

Siempre que me pongo a pensar en lo trágico que resulta el entorno educativo de este país para toda la gente que opina sobre ello, llego a la misma conclusión; no sabemos de lo que hablamos. De hecho, no sabemos ni lo que somos, ni lo que desearíamos ser. Esa es -y cada día lo tengo más claro- una de nuestras grandes lacras. Nuestra suerte. El no saber, sin saberlo. Y no digo que yo lo sepa, ¡válgame Dios!, pero sí pienso que nos solemos quejar, cayendo en comparaciones tan constantes como irracionales, sin buscar el verdadero epicentro de esta  desgracia; no tenemos ni idea de lo que significa la palabra “vocación”.

Veo gente terminar su escolaridad obligatoria sin saber a dónde dirigirse. Esperan las notas de selectividad para saber lo que estudiar en la universidad. Efectivamente, la nota máxima obtenida es el señuelo… ¿filología?, ¿derecho?, ¿biología? ¿Por qué no un año de cada, para ver de qué va el tema?

Los jóvenes españoles tienden a no tener ni idea de lo que desean hacer en la vida. Ni en sus vidas profesionales. Por eso, en muchos casos (entenderéis que es difícil no generalizar, pero espero sabréis separar el grano de la paja, yo largo ideas y pensamientos) la universidad es usada como caldo de cultivo, como laboratorio social para intentar averiguar algo que, normalmente, se encuentra en nosotros mismos.

Me acuerdo de cuando estaba en secundaria. Teníamos un despacho llamado “de orientación profesional”. Y como su nombre indica, era un lugar que ofrecía información acerca de (casi) todos los oficios posibles. Admitiendo, eso sí, que los sueños de ser astronauta ya se te hubieran pasado a los catorce años. Si te interesabas por algún oficio en particular, pongamos como ejemplo mi propio caso; técnico de laboratorio médico (pintaba bien y era algo un tanto “solitario”, por lo que me interesé pronto por ello), los “orientadores profesionales” te conseguían unas prácticas de una semana, tan solo unas horas al día y por supuesto fuera del horario escolar. Concretamente y siempre en mi caso, pude pasar unos días de prácticas en un reputado laboratorio que trabajaba con diversos hospitales públicos de la ciudad.

Fue algo apasionante; una semana mirándo probetas, gráficos que traducían lo que observaban los microscopios, descubrir que la piel se podía cultivar (!), ver cómo una persona diagnostica un mal y ofrece  al médico información para que sepa cómo enfrentarse a la enfermedad del paciente…

Aunque no me decidí por ese oficio porque el último día, también pude observar como las heces representaban una materia prima realmente generosa para el diagnóstico.

¡Pero eso lo supe con catorce años! Esa información me resultó valiosa, pues cuando llegó la hora y sabía lo que me interesaba -y para mí lo más importante- también sabía lo que no me gustaba.

Los oficios no se respetan como en otros países (lo habéis adivinado, no estudié en España). No digo que eso sea algo anecdótico. Pienso realmente que el actuar de este modo es algo maligno. No podemos respetar a un médico o a un abogado, sin saber observar la profesionalidad de un técnico, de un administrativo, de un consejero o de un maestro.

Pero el respeto del prójimo se gana con mucho esfuerzo y por tanto representa un paso complicado si ante todo uno no respeta su propia profesión. Sea cual sea. Los chavales sueñan con quimeras, mientras los mayores miran el reloj para comprobar el tiempo que falta para que termine la jornada. Y eso, no es bueno. Ni para los profesionales actuales, ni para los jóvenes cada día más perdidos, ni, por descontado, para  las nuevas generaciones que ya están llamando a la puerta de la universidad.

Algo hay que hacer.

jueves, 16 de diciembre de 2010

El ex presidente de altos vuelos

Puente de diciembre. Sábado.

Mientras sufro en mis propias carnes el desplante que osan provocar varios profesionales del sector de control aéreo español, leo que Diaz Ferrán (ya sabéis, el arruina-empresas,  ladrón de sueldos y amaña-concursos públicos, y, de manera accesoria ex presidente de la CEOE, el organismo que se supone debe dictar el savoir faire de las empresas del país) se dio de alta en la compañía que “compró” Viajes Marsans. O sea, que la empresa compradora -que venderá Marsans tras su ruina a manos del propio Ferrán- no solo dio de alta a su destructor, sino que le pagó en concepto de sueldo unos 115.000,00 euros. Por supuesto, tras la baja, emitió un finiquito de cerca de 20.000,00 euros.

Y yo pregunto: ¿estamos todos locos? ¿Qué nos falta por ver? ¿A Ferrán metiendo la mano en la caja en un vídeo cutre de seguridad? ¡Si ya lo ha hecho y nadie es capaz de hacer nada! Y aunque nuestro sistema jurídico lo intente, ¿de verdad creen que ese señor iría a la cárcel? ¿Cuánto tiempo podría pasar antes de que un tribunal dicte sentencia en su contra? Tres, cuatro, ¿siete años? ¿Cuánto dinero se gastaría del heraldo público en dicha misión? Tres, cuatro, ¿siete millones? Y sobre todo, cuánto tardaría el señor Ferrán en salir a la calle, si es que algún día conoce el interior de una celda? Pues por ahora, la jueza encargada del caso "Marsans" le ha quitado 600 euros de su cuenta bancaria. Ya solo debe unos 400 millones a los proveedores y empleados -hoy en paro-, por no mencionar a los miles de pasajeros y clientes estafados. 


Pero hoy su preocupación es saber si, desués de haber sido obligado a dimitir de su cargo en la CEOE, podrá sentarse en el sillón de Presidente de la Fundación del mismo nombre.


Me parece senillamente alucinante que gentes de esta calaña puedan pasearse por la calle de manera impune. En otros parajes, se lo habrían quitado de en medio rapidito. Y probablemente no muchos le echarían de menos.

Y aunque no es mi deseo parecer (del todo) un pro ajusta-cuentas, sí que, porque sí, a todos le deben pasar por la cabeza ideas asesinas. De otro modo significa que el mundo es más bueno de lo que parece. Y eso no me lo creo.

¿Se acuerdan ustedes del accidente aéreo de hace unos años en espacio aéreo suizo? Un Boeing de la compañía DHL y un Tupolev en el que decenas de niños rusos viajaban hacia un intercambio escolar chocaron en el aire. Fue culpa de un controlador aéreo. Había desactivado la aguda alarma del sistema de seguridad porque “saltaba constantemente y era muy desagradable”.

Tremendo.

La catástrofe sí que fue desagradable. El pobre controlador suizo se hundió en una terrible depresión y pocos meses después, la policía encontró su cadáver en su domicilio. ¿Suicidio? Pues no. Mafia rusa. Y es que muchos de los niños que viajaban en ese vuelo procedían de ricas e influentes familias moscovitas que, sencillamente, decidieron zanjar el tema con su propia condena.

Esta historia -vayan ustedes a saber por qué- me hace pensar en el gran Diaz Ferrán.


Aunque él no jodió a los que hubieran actuado de manera tan (rápida y) drástica. Solo jodió al pueblo, al trabajador, al que tan solo se presenta ante una sede con pancartas para intentar que la democracia y la justicia se mantenagan a su lado.

Y me pregunto: al final, ¿quién es el tonto?

jueves, 2 de diciembre de 2010

Y es que no lo entiendo...

Ayer leía en las páginas de El Mundo otra de esas historias que sirven más para hacerle perder el tiempo al prójimo, que a realmente ser consecuencia del fin que tanto aburrido y aburrida cree demostrar; otra vez el temita de la asignatura de “Educación para la Ciudadanía”. Y otra vez en Extremadura. ¿Pero qué pasará en Extremadura con esa clase? Pues bien; una fotografía de un crío protegiéndose de la lluvia bajo su paraguas en lo que podría ser el patio de un colegio, y una nota a pie de imagen, tal que: “niño obligado a pasar los 45 minutos de la clase, solo, en el patio, bajo la intemperie.”

Tremendo.

Ya lo comenté una vez en una columna, y es que al final, pase lo pase y para siempre, los que pagan las “tonterías de los mayores” son los chavales. Pero, ¿qué culpa tiene el crío de que su madre se aburra tanto como para desear perder el tiempo pretendiendo decidir sobre una ley democráticamente aprobada? Y digo yo, aquí cada uno hace lo que quiere, pero coño, ¡dejen a los niños en paz!
¿Hasta cuando los padres creerán que cuando quieren preocuparse de sus hijos, son ellos los responsables, pero cuando se cansan del jueguecito, exigen de los maestros mucho más de lo que deberían? ¿Y hasta cuando los profesores de este país se dejarán pisar los pies por gente, ignorante de lo que a su vez tienen que aguantar? ¿Por qué demasiados padres y madres creen que el profe está para educar pero con “límites morales”? Si así fuera, ¡lleven al chaval a un colegio inglés! ¿O desconocen que la calidad de la educación nacional es una de las más valoradas fuera de nuestro país?

¡Qué fácil es creerse involucrado con la actualidad porque no se sabe hacer otra cosa que inspeccionar el trabajo de los educadores! ¡Superficial y egoísta me resulta el decidir cuando uno es el responsable de su educación, y cuando no!

Hablando de egoísmo en tiempo de crisis; ¿saben algunos padres las consecuencias de impedir que sus hijos asistan a una clase que tan solo expresa como “normal” la relación entre personas del mismo sexo? Muy sencillo: hace que el sistema deba preocuparse (y por tanto pagar a través de nuestros impuestos) la lógica y obligatoria atención mínima para con el menor en dichas horas muertas. Hace también que, una vez vuelvan a clase, puedan suspender el curso, puesto que la asignatura en cuestión es obligatoria y cada chaval arrastrará una larga serie de suspensos. Ello, a su vez, hace que la mayoría de la clase sufra un “retraso” y un injusto “maltrato educativo” derivado de la pérdida de tiempo por tener que preocuparse un profesor por el retraso escolar de un niño-víctima de padres que todavía creen que la crisis “nos afecta a todos”, pero que si tengo que pensar en mi, antepongo mis caprichos seudo-políticos de manera inculta y solitaria.

Y de eso se trata; nos quejamos de la crisis en grupo. Pero luchamos por salir en los titulares solitos. Y eso es denigrante e injusto para el que lo tiene que pagar: nuestro hijo.

 Y así nos va.



miércoles, 1 de diciembre de 2010

El PP ha ganado en Cataluña

“Erase una vez un partido político de extrema derecha que tenía mucha afinidad con un organismo llamado Tribunal Supremo. “Las Supremes” se dedicaban a aplicar leyes, a decir si esto estaba bien o mal, y cuando se encontraron con que la gente de un pequeño estado de la nación llamado Cataluña exigía conocer el veredicto que les habían prometido años atrás sobre su futuro constitucional, decidieron retrasar su posición frente a ese delicado tema. Sin duda, les venía bien. Además, nadie tuvo el coraje de pedir explicaciones a gente tan formada y con tanta experiencia jurídica.

Por supuesto, la esperada decisión se retrasó gracias a las influencias del partido radical, amigo de varios de sus conservadores miembros. Y cuando no podía ser de otra manera e hicieron su veredicto público, las gentes de Cataluña se enfadaron. Con razón. Incluso durante los cuatro años de retraso, el partido político dedicó todos sus esfuerzos en dañar la imagen del gobierno democráticamente elegido.

Como cabía esperar, todo ello acabó convirtiéndose en una derrota electoral, mientras el partido de los malos conseguía arañar varios escaños en el parlamento catalán.

Así que, pese a todo, los ganadores no son, si no los causantes de la más imaginativa y drástica estrategia de desgaste de los jefes elegidos. Y aunque los jefes actuales hayan cometido errores, desde luego, el PP, quieran ustedes o no, ha ganado sus elecciones en Cataluña.”


Maxwell Knight


lunes, 29 de noviembre de 2010

La visita (9, 10)




  1. Tengo mucho más. –dije simplemente.

El coche de Daniel giró hacía el pequeño aparcamiento. Lo vi desde mi buhardilla y tan solo pensé que su puntualidad era a veces insultante.

Mi espalda me dolía tremendamente pero conseguí levantarme, recoger mis cosas y bajar las escaleras de la hospedería. Daniel estaba en la entrada, discutiendo con la recepcionista:

-          El señor Martín se va, necesito hacer el “check out”. –dijo con pasmosa naturalidad.
-          No le entiendo, señor –contestó ella con tono autoritario mientras mi agente la observaba como si viniera de otro planeta.
-          Va a pagar la cuenta, señora. –dije caminando hacia la salida. Daniel me vio y se acercó corriendo.
-          Espera, te llevo la maleta. –dijo, levantando los brazos.
-          ¡No! Puedo con ella, tranquilo. –exclamé. Daniel volvió hacia la recepcionista mientras yo caminaba en dirección al coche.

El frío llevaba apoderándose del valle todo el fin de semana, y desde luego no iba a dejar de atosigar ahora. De repente sentí un escalofrío al recordar la caída y me detuve. Observé el monasterio unos segundos. Luego dejé mi maleta en el coche y me senté en el asiento del copiloto.
Daniel llegó corriendo. En algún momento le vi perder el equilibrio, que recuperó rápidamente. Un pequeño susto. Yo sonreí. Entonces entró, giró la llave y el motor se puso en marcha.
Lentamente, la hospedería y el monasterio se alejaban por el retrovisor.
-          ¿Tienes algo para los alemanes? –preguntó entonces Daniel.
No contesté. Tan solo observaba el paisaje desfilar por la ventana; los copos de nieve caían de los árboles formando ligeras nubes de polvo blancas, los obispos cantaban entre los árboles del frondoso bosque, el humo del incensario se elevaba, los monjes, ocultos entre la nada,  sonreían.
Mientras un ciervo observaba aterrado la escena, el coro subía de tonalidad y los haces de luz se reían de los pobres feligreses.
-          Tengo mucho más. –dije simplemente.

**



FIN

viernes, 26 de noviembre de 2010

La visita (5-8/10)

1.      Creo que ya es hora de descansar un poco.

Los últimos metros del pasillo dieron paso a unas escaleras estrechas y francamente empinadas. El monje tuvo que ayudarme, pues apenas podía con mi alma. Distinguía una puerta a lo lejos y esperé que ese fuera nuestro destino. Nos detuvimos ante la pesada puerta de madera.
-          ¿Cómo se siente uno haciendo una película? –preguntó con curiosidad.
-          Siempre que la gente responda de la manera que esperabas, bien. Es un oficio tremendamente egoísta. –contesté, sin dudar.
-          Vaya, entonces casi mejor disfrutar del resultado sin saber cómo se llega hasta él. – concluyó.
-          Exactamente. –repliqué.
-          Me parece algo triste.
-          Hacer una película es costoso. –dije– te pone los nervios a flor de piel, te hace sentir una mierda, pierdes peso, dejas de ver a los que aprecias, descuidas a los que amas. –pasaron unos segundos y nadie dijo nada. Luego continué– Sientes que tienes algo de poder, pero al minuto tienes la certeza de que la crítica te va a destrozar. Es duro. –él me miraba, atento– Mejor el resultado sin saber cómo se llega a él, créeme. –rematé.
Lo miré unos instantes, asintiendo. Luego, el monje abrió la puerta y un soplo de aire helado me golpeó el rostro, erizándome el vello. Abrí bien los ojos y descubrí que nos encontrábamos en una basílica. Era en la que había asistido a misa esa misma mañana. Pero no nos encontrábamos frente al altar, sino muy por encima del lugar donde los feligreses solían sentarse, por encima del propio Cristo, más allá de lo permisible, incluso mucho más arriba que la propia gravedad. El altar daba vueltas sobre sí mismo; los arcángeles ni siquiera podían vernos. Me sentí increíblemente respetable y poderoso. Me giré hacia el monje, igualmente entusiasmado, aunque visiblemente en menor grado.

-          Dicen que desde aquí puedes tomar decisiones sobre tu propio futuro. –dijo.
Me apoyé contra la barandilla mientras recobraba algo de energía y aire. Nos encontrábamos bajo la mismísima cúpula de la basílica, sobre un estrecho camino de piedra que la rodeaba, inaccesible e invisible a los ojos del público.

-          ¡Es impresionante! –exclamé con sinceridad.
-          Sabía que lo apreciarías. –dijo él, algo emocionado.
-          Estamos por encima de Él. –constaté.

El monje se puso serio.

-          No debes decir eso. Tan solo se trata de un lugar, jamás podremos estar por encima.
-          No me refiero a un sentimiento de superioridad, sino a algo físico.  –dije, tranquilizándolo.
-          Claro. –agachó la cabeza.
-          No estés tanto a la defensiva, anda. –solté sonriendo. El monje se iba abriendo poco a poco y sacudió la cabeza como diciendo “Señor, Señor…”
-          Me recuerda a una de mis visitas a Roma. –el chico me miró, visiblemente interesado– Rodábamos una secuencia para una serie de televisión y aunque fue complicado, el Vaticano nos autorizó la entrada en la Chiesa di San Apollinare. Fue toda una experiencia, ¿sabes? –Dije.
-          ¿Sí? –preguntó con suma curiosidad– ¡Me encantaría saber algo de ella!
-          La verdad es que no soy un gran conocedor, solo te puedo decir que fue construida alrededor del siglo VIII, sobre los restos de un edificio romano.
El chico escuchaba todas y cada una de mis palabras con auténtica pasión. Me di cuenta de ello y seguí hablando.  

-          La iglesia y un convento añadido fueron cedidos en 1575 a los Jesuitas, quienes unos años después alzaron el suelo debido al problema de las inundaciones del Tiber.
Entonces mi giré hacía él.

-          ¿Cómo te llamas?

Me miró, sorprendido.

-          Juan. –susurró.
-          Pues Juan, la Iglesia di San Apollinare fue destruida en el año 1742. Pero aunque no existan documentos que lo acrediten, parece ser que un vecino del barrio, un joven monje cuyo padre era un poderoso empresario de la época, consiguió reconstruirla por completo.  El padre era amigo de Ferdinando Fuga. Un arquitecto de gran renombre por aquel entonces. Entre los dos convencieron al Vaticano para volver a poner cada piedra en su sitio.

Juan agachó la cabeza, sonriendo.

-          La última parte de tu relato me suena a algo un tanto… extraordinario.
-          Entonces, cuando vayas a Roma, no dejes de contemplar la iglesia.
-          ¿Has estado en la basílica de San Pedro? –preguntó.
-          Claro.

El chico agachó la cabeza.

-          Nunca pude ir. –dijo él, dócil.

Le observé largo rato antes de seguir.

-          Es un lugar especial. No conozco ningún otro sitio como ése. –repliqué, sabiendo perfectamente el efecto que causaban mis palabras.

Juan alzó su mirada.

-          Salvo éste. –dije.
-          ¡No digas sandeces…! –contestó.

Entonces me giré y pregunté:

-          ¿Por qué me trajiste hasta aquí?

El monje dudó unos instantes. Luego inspiro con fuera y habló:
-          ¿Querías buscarte, o reencontrarte? Pues bien, éste es el lugar y el momento. ¿Qué deseas para tu futuro?

Admito que la pregunta me descolocó. Pensé unos instantes, y con la certeza de que no podría llevarle a mi terreno, simplemente respondí:

-          Volver a sentir algún día lo que sentí al conocerte.

Él me miró, una sonrisa pintada en sus labios.

-          Me encantaría que pudieses irte de aquí en paz, sabiendo que eres libre y que el Señor siempre iluminará tu camino.

Antes de poder articular palabra, se adelantó:

-          Gracias por tu ayuda, Raúl.

Me quedé sin palabras al principio y finalmente contesté:

-          No. Gracias por tu ayuda, Juan. –respondí.

Entonces, habló por última vez:

Debería acompañarte hasta la hospedería. Creo que ya es hora de descansar un poco.














(partes 9,10 lunes 26.11.2010)

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La visita (4/10)






1.      ¿Así que eres director de cine?

Cruzar un monasterio por el subsuelo no es algo que se pueda hacer todos los días. Mi parte más egoísta me decía que tenía que aprovechar todo lo que pudiera. Para mí. Sacarle todo el partido a esta experiencia, sin duda, fuera de lo común. Si lo de alejarme un fin de semana era romper la rutina, ciertamente lo que estaba viviendo en esos momentos era algo que necesitaba; el detonante de un nueva fase, algo así como una perforadora a punto de descubrir un nuevo yacimiento de petróleo.

Todo eso, en mi cabeza.

Las pequeñas lámparas que arbolaban el túnel se movían entre crujidos por las corrientes de aire. Había mucha humedad, incluso hilos de agua se deslizaban por las paredes de roca. El monje y yo avanzábamos despacio o, mejor dicho, todo lo rápido que mi cuerpo me permitía.
-          ¿Estás bien? –Preguntó él.
-          Tengo treinta y ocho años y me siento como si tuviera cien. –mascullé.
Él sonrió.

Seguimos caminando por el pasillo rocoso hasta encontrarnos ante una enorme puerta de madera que daba hacia otro pasadizo. El tablón estaba hinchado a causa de la humedad y la parte superior de la puerta se había desprendido del marco original. Ahora, su función apenas era de referencia para no perderse entre los largos corredores.
Cruzamos la entrada y seguimos caminando por la siguiente galería en silencio. Tras unos minutos, que me parecieron horas, pregunté un tanto inquieto:
-          Mi sentido de la orientación es pésimo, pero, ¿no deberíamos haber llegado ya a la hospedería?
-          Desde luego. Pero no vamos a la hospedería. –replicó enseguida.
-          Ah. En ese caso… –murmuré, cauteloso, sin acabar la frase.
¿Qué no me asustara? La mayoría de la gente que conozco lo estaría. Ese tipo bien podría ser un loco que en realidad me llevó a un lugar desconocido (después de todo solo vi una habitación y un montón de pasillos de piedra) para poder descuartizarme con tranquilidad. Además, en mi estado, cualquier intento de fuga se transformaría inmediatamente en una payasada. Así que tenía dos opciones: la primera era confiar en el chico y que fuera lo que Dios quisiera.

La segunda, adelantarme a un posible forcejeo y sacudirle en la cabeza con lo primero que tuviera a mano. Ya se sabe que un buen ataque…
Entonces él se detuvo y se giró hacia mí, como si hubiera leído mis pensamientos. Me sobresalté y me detuve en el acto, aunque por poco chocamos.
-          No tienes por qué preocuparte. Tan solo quiero que veas algo. –dijo suavemente.
Yo no entendía nada, pero en fin, decidí apostar por la primera opción.
Por ahora.

Al cabo de un rato y ante un poco locuaz anfitrión, seguí preguntando cosas:
-          ¿Cuánto tiempo llevas en el valle?
-          Cuatro años. –contestó.
-          Y se supone que este es tu lugar… ¿definitivo?
-          No, éste es un destino temporal.
-          ¿Hasta cuándo? –pregunté con sinceridad.
-          No lo sé.
-          Ah, os lo dicen sobre la marcha; “Oye que el mes que viene te vas a Vigo”.
-          ¡Sí! –Se rió– Funciona más o menos así.
-          ¿Pero tú estás a gusto aquí?
-          Lo estaré allá donde me toque ir.
-          Sabes a lo que me refiero. –dije– A veces se está más a gusto en algún lugar, sin que ello tenga nada que ver con nuestro trabajo.
-          Te entiendo pero no soy quien para decidir…
-          No estás hablando con tu jefe –esta vez le interrumpí yo–  ¡estás hablando con un amigo!
-          ¿Un amigo? –preguntó, sorprendido.
-          ¡Me has salvado la vida! ¡Me quitaste los calzoncillos, tío! No solo eres mi amigo, ¡eres mucho más! En cambio, ¿qué seré yo para ti? Una oveja descarriada que te encontraste una noche de frío y que debes devolver al rebaño.
-          Eso no es así. –dijo, un tanto tenso.

Fui un poco más allá:
 ¿Cuántos puntos te dan por cada buena acción que cumples?
-          ¡No eres justo! –repuso, con dureza.
-          Tú tampoco, ¡idiota! –grité– ¡Me hablas en clave! ¡Y creo que no me lo merezco!
-          ¡Eres un gilipollas engreído! –lanzó, por fin, con fuerza.
-          ¡Bien! Ya hemos dado un paso –Solté.

Ambos nos miramos muy serios, sin saber exactamente como cada uno actuaría.

-          ¿Sí? Pues dime, Raúl, –preguntó– ¿Qué es lo que alguien como tú se merece?
Ahí me había pillado. Intenté darle la vuelta al asunto, y llevármelo a mi terreno, pues era al fin y al cabo algo que se me daba bastante bien.
-          Estás hablando con gran prepotencia, amigo. –contesté, intentando parecer muy sereno.
Él no contestó. Tan solo me miraba, expectante. Hacía ya un rato que nos habíamos parado y nos mirábamos a los ojos. Aproveché su confusión:
-          Adornas y lanzas parábolas como si ninguna pudiera herirte. Deberías tener cuidado con eso.
El chico agachó la cabeza, pensativo.  –Yo seguí hablando:
-           No estoy hablando de lo que me suelen atribuir. No hablo de los aplausos o de las estúpidas críticas de mis películas. No hablo de los honores que me quieren dar en los festivales ni de los tan innecesarios como costosos y ridículos homenajes que dan los alcaldes cuando visitas su ciudad. Si estoy aquí es porque en general, la gente me dice lo que quiero oír. Y ya me he cansado de eso.
Me miró, muy serio.
-          Sinceridad. Eso es lo que merezco.  –apuntillé.
Luego, sonrió de nuevo.
-          Me estás llevando a tu terreno. Pero te entiendo.
“Menudo cabrón”, pensé.

-          Te pido perdón por haberte hablado de manera altiva, no era mi intención. –replicó.
-          Lo sé. –nos seguimos mirando largos segundos. Al fin me tendió su mano. Y posé la mía encima. Cerró sus dedos y seguimos adelante.

Tras unos pasos, me preguntó:
-          ¿Así que eres director de cine?





(partes 5-8 viernes 27.11.2010)