lunes, 29 de noviembre de 2010

La visita (9, 10)




  1. Tengo mucho más. –dije simplemente.

El coche de Daniel giró hacía el pequeño aparcamiento. Lo vi desde mi buhardilla y tan solo pensé que su puntualidad era a veces insultante.

Mi espalda me dolía tremendamente pero conseguí levantarme, recoger mis cosas y bajar las escaleras de la hospedería. Daniel estaba en la entrada, discutiendo con la recepcionista:

-          El señor Martín se va, necesito hacer el “check out”. –dijo con pasmosa naturalidad.
-          No le entiendo, señor –contestó ella con tono autoritario mientras mi agente la observaba como si viniera de otro planeta.
-          Va a pagar la cuenta, señora. –dije caminando hacia la salida. Daniel me vio y se acercó corriendo.
-          Espera, te llevo la maleta. –dijo, levantando los brazos.
-          ¡No! Puedo con ella, tranquilo. –exclamé. Daniel volvió hacia la recepcionista mientras yo caminaba en dirección al coche.

El frío llevaba apoderándose del valle todo el fin de semana, y desde luego no iba a dejar de atosigar ahora. De repente sentí un escalofrío al recordar la caída y me detuve. Observé el monasterio unos segundos. Luego dejé mi maleta en el coche y me senté en el asiento del copiloto.
Daniel llegó corriendo. En algún momento le vi perder el equilibrio, que recuperó rápidamente. Un pequeño susto. Yo sonreí. Entonces entró, giró la llave y el motor se puso en marcha.
Lentamente, la hospedería y el monasterio se alejaban por el retrovisor.
-          ¿Tienes algo para los alemanes? –preguntó entonces Daniel.
No contesté. Tan solo observaba el paisaje desfilar por la ventana; los copos de nieve caían de los árboles formando ligeras nubes de polvo blancas, los obispos cantaban entre los árboles del frondoso bosque, el humo del incensario se elevaba, los monjes, ocultos entre la nada,  sonreían.
Mientras un ciervo observaba aterrado la escena, el coro subía de tonalidad y los haces de luz se reían de los pobres feligreses.
-          Tengo mucho más. –dije simplemente.

**



FIN

viernes, 26 de noviembre de 2010

La visita (5-8/10)

1.      Creo que ya es hora de descansar un poco.

Los últimos metros del pasillo dieron paso a unas escaleras estrechas y francamente empinadas. El monje tuvo que ayudarme, pues apenas podía con mi alma. Distinguía una puerta a lo lejos y esperé que ese fuera nuestro destino. Nos detuvimos ante la pesada puerta de madera.
-          ¿Cómo se siente uno haciendo una película? –preguntó con curiosidad.
-          Siempre que la gente responda de la manera que esperabas, bien. Es un oficio tremendamente egoísta. –contesté, sin dudar.
-          Vaya, entonces casi mejor disfrutar del resultado sin saber cómo se llega hasta él. – concluyó.
-          Exactamente. –repliqué.
-          Me parece algo triste.
-          Hacer una película es costoso. –dije– te pone los nervios a flor de piel, te hace sentir una mierda, pierdes peso, dejas de ver a los que aprecias, descuidas a los que amas. –pasaron unos segundos y nadie dijo nada. Luego continué– Sientes que tienes algo de poder, pero al minuto tienes la certeza de que la crítica te va a destrozar. Es duro. –él me miraba, atento– Mejor el resultado sin saber cómo se llega a él, créeme. –rematé.
Lo miré unos instantes, asintiendo. Luego, el monje abrió la puerta y un soplo de aire helado me golpeó el rostro, erizándome el vello. Abrí bien los ojos y descubrí que nos encontrábamos en una basílica. Era en la que había asistido a misa esa misma mañana. Pero no nos encontrábamos frente al altar, sino muy por encima del lugar donde los feligreses solían sentarse, por encima del propio Cristo, más allá de lo permisible, incluso mucho más arriba que la propia gravedad. El altar daba vueltas sobre sí mismo; los arcángeles ni siquiera podían vernos. Me sentí increíblemente respetable y poderoso. Me giré hacia el monje, igualmente entusiasmado, aunque visiblemente en menor grado.

-          Dicen que desde aquí puedes tomar decisiones sobre tu propio futuro. –dijo.
Me apoyé contra la barandilla mientras recobraba algo de energía y aire. Nos encontrábamos bajo la mismísima cúpula de la basílica, sobre un estrecho camino de piedra que la rodeaba, inaccesible e invisible a los ojos del público.

-          ¡Es impresionante! –exclamé con sinceridad.
-          Sabía que lo apreciarías. –dijo él, algo emocionado.
-          Estamos por encima de Él. –constaté.

El monje se puso serio.

-          No debes decir eso. Tan solo se trata de un lugar, jamás podremos estar por encima.
-          No me refiero a un sentimiento de superioridad, sino a algo físico.  –dije, tranquilizándolo.
-          Claro. –agachó la cabeza.
-          No estés tanto a la defensiva, anda. –solté sonriendo. El monje se iba abriendo poco a poco y sacudió la cabeza como diciendo “Señor, Señor…”
-          Me recuerda a una de mis visitas a Roma. –el chico me miró, visiblemente interesado– Rodábamos una secuencia para una serie de televisión y aunque fue complicado, el Vaticano nos autorizó la entrada en la Chiesa di San Apollinare. Fue toda una experiencia, ¿sabes? –Dije.
-          ¿Sí? –preguntó con suma curiosidad– ¡Me encantaría saber algo de ella!
-          La verdad es que no soy un gran conocedor, solo te puedo decir que fue construida alrededor del siglo VIII, sobre los restos de un edificio romano.
El chico escuchaba todas y cada una de mis palabras con auténtica pasión. Me di cuenta de ello y seguí hablando.  

-          La iglesia y un convento añadido fueron cedidos en 1575 a los Jesuitas, quienes unos años después alzaron el suelo debido al problema de las inundaciones del Tiber.
Entonces mi giré hacía él.

-          ¿Cómo te llamas?

Me miró, sorprendido.

-          Juan. –susurró.
-          Pues Juan, la Iglesia di San Apollinare fue destruida en el año 1742. Pero aunque no existan documentos que lo acrediten, parece ser que un vecino del barrio, un joven monje cuyo padre era un poderoso empresario de la época, consiguió reconstruirla por completo.  El padre era amigo de Ferdinando Fuga. Un arquitecto de gran renombre por aquel entonces. Entre los dos convencieron al Vaticano para volver a poner cada piedra en su sitio.

Juan agachó la cabeza, sonriendo.

-          La última parte de tu relato me suena a algo un tanto… extraordinario.
-          Entonces, cuando vayas a Roma, no dejes de contemplar la iglesia.
-          ¿Has estado en la basílica de San Pedro? –preguntó.
-          Claro.

El chico agachó la cabeza.

-          Nunca pude ir. –dijo él, dócil.

Le observé largo rato antes de seguir.

-          Es un lugar especial. No conozco ningún otro sitio como ése. –repliqué, sabiendo perfectamente el efecto que causaban mis palabras.

Juan alzó su mirada.

-          Salvo éste. –dije.
-          ¡No digas sandeces…! –contestó.

Entonces me giré y pregunté:

-          ¿Por qué me trajiste hasta aquí?

El monje dudó unos instantes. Luego inspiro con fuera y habló:
-          ¿Querías buscarte, o reencontrarte? Pues bien, éste es el lugar y el momento. ¿Qué deseas para tu futuro?

Admito que la pregunta me descolocó. Pensé unos instantes, y con la certeza de que no podría llevarle a mi terreno, simplemente respondí:

-          Volver a sentir algún día lo que sentí al conocerte.

Él me miró, una sonrisa pintada en sus labios.

-          Me encantaría que pudieses irte de aquí en paz, sabiendo que eres libre y que el Señor siempre iluminará tu camino.

Antes de poder articular palabra, se adelantó:

-          Gracias por tu ayuda, Raúl.

Me quedé sin palabras al principio y finalmente contesté:

-          No. Gracias por tu ayuda, Juan. –respondí.

Entonces, habló por última vez:

Debería acompañarte hasta la hospedería. Creo que ya es hora de descansar un poco.














(partes 9,10 lunes 26.11.2010)

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La visita (4/10)






1.      ¿Así que eres director de cine?

Cruzar un monasterio por el subsuelo no es algo que se pueda hacer todos los días. Mi parte más egoísta me decía que tenía que aprovechar todo lo que pudiera. Para mí. Sacarle todo el partido a esta experiencia, sin duda, fuera de lo común. Si lo de alejarme un fin de semana era romper la rutina, ciertamente lo que estaba viviendo en esos momentos era algo que necesitaba; el detonante de un nueva fase, algo así como una perforadora a punto de descubrir un nuevo yacimiento de petróleo.

Todo eso, en mi cabeza.

Las pequeñas lámparas que arbolaban el túnel se movían entre crujidos por las corrientes de aire. Había mucha humedad, incluso hilos de agua se deslizaban por las paredes de roca. El monje y yo avanzábamos despacio o, mejor dicho, todo lo rápido que mi cuerpo me permitía.
-          ¿Estás bien? –Preguntó él.
-          Tengo treinta y ocho años y me siento como si tuviera cien. –mascullé.
Él sonrió.

Seguimos caminando por el pasillo rocoso hasta encontrarnos ante una enorme puerta de madera que daba hacia otro pasadizo. El tablón estaba hinchado a causa de la humedad y la parte superior de la puerta se había desprendido del marco original. Ahora, su función apenas era de referencia para no perderse entre los largos corredores.
Cruzamos la entrada y seguimos caminando por la siguiente galería en silencio. Tras unos minutos, que me parecieron horas, pregunté un tanto inquieto:
-          Mi sentido de la orientación es pésimo, pero, ¿no deberíamos haber llegado ya a la hospedería?
-          Desde luego. Pero no vamos a la hospedería. –replicó enseguida.
-          Ah. En ese caso… –murmuré, cauteloso, sin acabar la frase.
¿Qué no me asustara? La mayoría de la gente que conozco lo estaría. Ese tipo bien podría ser un loco que en realidad me llevó a un lugar desconocido (después de todo solo vi una habitación y un montón de pasillos de piedra) para poder descuartizarme con tranquilidad. Además, en mi estado, cualquier intento de fuga se transformaría inmediatamente en una payasada. Así que tenía dos opciones: la primera era confiar en el chico y que fuera lo que Dios quisiera.

La segunda, adelantarme a un posible forcejeo y sacudirle en la cabeza con lo primero que tuviera a mano. Ya se sabe que un buen ataque…
Entonces él se detuvo y se giró hacia mí, como si hubiera leído mis pensamientos. Me sobresalté y me detuve en el acto, aunque por poco chocamos.
-          No tienes por qué preocuparte. Tan solo quiero que veas algo. –dijo suavemente.
Yo no entendía nada, pero en fin, decidí apostar por la primera opción.
Por ahora.

Al cabo de un rato y ante un poco locuaz anfitrión, seguí preguntando cosas:
-          ¿Cuánto tiempo llevas en el valle?
-          Cuatro años. –contestó.
-          Y se supone que este es tu lugar… ¿definitivo?
-          No, éste es un destino temporal.
-          ¿Hasta cuándo? –pregunté con sinceridad.
-          No lo sé.
-          Ah, os lo dicen sobre la marcha; “Oye que el mes que viene te vas a Vigo”.
-          ¡Sí! –Se rió– Funciona más o menos así.
-          ¿Pero tú estás a gusto aquí?
-          Lo estaré allá donde me toque ir.
-          Sabes a lo que me refiero. –dije– A veces se está más a gusto en algún lugar, sin que ello tenga nada que ver con nuestro trabajo.
-          Te entiendo pero no soy quien para decidir…
-          No estás hablando con tu jefe –esta vez le interrumpí yo–  ¡estás hablando con un amigo!
-          ¿Un amigo? –preguntó, sorprendido.
-          ¡Me has salvado la vida! ¡Me quitaste los calzoncillos, tío! No solo eres mi amigo, ¡eres mucho más! En cambio, ¿qué seré yo para ti? Una oveja descarriada que te encontraste una noche de frío y que debes devolver al rebaño.
-          Eso no es así. –dijo, un tanto tenso.

Fui un poco más allá:
 ¿Cuántos puntos te dan por cada buena acción que cumples?
-          ¡No eres justo! –repuso, con dureza.
-          Tú tampoco, ¡idiota! –grité– ¡Me hablas en clave! ¡Y creo que no me lo merezco!
-          ¡Eres un gilipollas engreído! –lanzó, por fin, con fuerza.
-          ¡Bien! Ya hemos dado un paso –Solté.

Ambos nos miramos muy serios, sin saber exactamente como cada uno actuaría.

-          ¿Sí? Pues dime, Raúl, –preguntó– ¿Qué es lo que alguien como tú se merece?
Ahí me había pillado. Intenté darle la vuelta al asunto, y llevármelo a mi terreno, pues era al fin y al cabo algo que se me daba bastante bien.
-          Estás hablando con gran prepotencia, amigo. –contesté, intentando parecer muy sereno.
Él no contestó. Tan solo me miraba, expectante. Hacía ya un rato que nos habíamos parado y nos mirábamos a los ojos. Aproveché su confusión:
-          Adornas y lanzas parábolas como si ninguna pudiera herirte. Deberías tener cuidado con eso.
El chico agachó la cabeza, pensativo.  –Yo seguí hablando:
-           No estoy hablando de lo que me suelen atribuir. No hablo de los aplausos o de las estúpidas críticas de mis películas. No hablo de los honores que me quieren dar en los festivales ni de los tan innecesarios como costosos y ridículos homenajes que dan los alcaldes cuando visitas su ciudad. Si estoy aquí es porque en general, la gente me dice lo que quiero oír. Y ya me he cansado de eso.
Me miró, muy serio.
-          Sinceridad. Eso es lo que merezco.  –apuntillé.
Luego, sonrió de nuevo.
-          Me estás llevando a tu terreno. Pero te entiendo.
“Menudo cabrón”, pensé.

-          Te pido perdón por haberte hablado de manera altiva, no era mi intención. –replicó.
-          Lo sé. –nos seguimos mirando largos segundos. Al fin me tendió su mano. Y posé la mía encima. Cerró sus dedos y seguimos adelante.

Tras unos pasos, me preguntó:
-          ¿Así que eres director de cine?





(partes 5-8 viernes 27.11.2010) 

martes, 23 de noviembre de 2010

No estoy de acuerdo...

Pues lo siento, yo no estoy de acuerdo con la gente que fusila a Isabel San Sebastián (y Dios sabe cuyas  declaraciones y estilo político no comparto), con lo cual hasta me siento un tanto raro. ¡Pero es más fuerte que yo! No puede nadie comparar, ni por asomo, la actitud de San Sebastián con Salvador Sostres durante la pausa publicitaria del programa "Alto y claro", que la periodista dirige en Telemadrid. ¡Ni por asomo! Vean sino la cara de estupefacción de San Sebastián al escuchar las declaraciones del sujeto. Vean el mal rato que pasa, sabiendo perfectamente de quien está rodeada (por si se le ocurriera ser más tajante con Sostres). 

No, San Sebastián dista mucho de ser de las nuestras (por ahora), pero quien no exibe sus diplomaturas, sus escritos (nueve libros publicados, de los cuales tres novelas) ni su curriculum porque sí (ha trabajado en prácticamente todos los medios audiovisuales de este país, que se dice pronto), pues merece todo mi respeto. Ese es un adversario. Con el que se puede hablar. Con el que se puede luchar, democráticamente, sin que jamás anteponga su persona ni sus intereses (personales) ante su profesionalidad. Eso, sin duda, es de agradecer.

Dicho esto, creo que es un tremendo error (y me repito) comparar a San Sebastián con Sostres. Pero... también se puede. Nada debe prohibirse.


Comparemos, pues:

A un lado, Isabel, nacida en 1959, mujer inteligente, con estilo directo y personalidad afilada, coherente -tan solo hacen falta unos instantes para verlo- periodista licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, colaboradora en más de 16 medios audiovisuales de este país, ya sean prensa escrita o audiovisual. Actualmente directora de programa, en Telemadrid.

Por otro lado, Salvador, hombre nacido en Barcelona en 1975, sin ningun estudio superior (que se sepa), tan solo célebre por críticas varias a personalidades de este país, que paso a detallar:


- Año 2005, Sostres publica en el diario Avui un artículo en el que afirma que "En Barcelona queda muy hortera hablar en español, yo solo lo hablo con la criada y con algunos empleados. Es de pobres y de horteras, de analfabetos y de gente de poco nivel hablar un idioma que hace un ruido tan espantoso para pronunciar la jota."
- En 2006, dice en su blog personal que el presidente de la Generalitat (Maragall) tiene una adicción a la bebida que le ha dejado secuelas mentales.
- Año 2010, en el diario El Mundo, escribe un artículo acerca del fallecido José Antonio Labordeta en el que le ataca y le tacha de ruralista y comunista.
- 11 de noviembre de 2010, programa Alto y Claro. Que si "las chicas de 17, 18 y 19 aún no huelen a ácido úrico, están limpias, tienen un olor a santidad", etc... 
Ese es su currículum. Bueno, también hay seis libros, a saber:

"Libro de los imbéciles", "Lucía", "Escric molt bé", "Ara sí que som plurals", "Sóc Convergent: i què?" y "Jo".

Como podéis apreciar, de los seis títulos, podemos destacar cuatro palabras importantes; "Escric" ("Escribo"), "som" ("somos"), "soc" ("soy"), "jo" ("yo").

Dicho de otro modo y resumiendo: "a mí", "mío", "soy", "yo".


Suena como las primeras palabras que vocaliza un niño... "Yo, yo, yo, yo." Dice ello mucho de su egolatría. No hace falta estudiar años (algunos más que él, sí) de psicología para darse cuenta del nivel de vanidad y egocentrismo que desprende su aura. ¿Nos sorprende? Pues, evidentemente, no. 

Es muy triste, pues un personaje como Sostres da en el clavo con la idónea descripción de una persona extremadamente solitaria, no demasiado querida (probablemente y más precisamente en su infancia y juventud), que hoy quiere (y sin pensarlo) traducir su complejo de inferioridad en insultos. En cuanto le dejan.

Ese es quizá el error de San Sebastián; haberle dejado. Personalmente, no le echo la culpa. Se encontró entre espada y pared, y eso, frente a un tipo como Sostres, no debe ser una situación sencilla.



lunes, 22 de noviembre de 2010

No me toques el pollo

Leyendo la prensa esta mañana, me encontré con un resumen de varios artículos en relación a las famosas palabras de Evo Morales sobre el tema del pollo; “comerlo causa homosexualidad, además, los transgénicos provocan calvicie.”

No me acordaba de semejante bobería que de todos modos poco tardó la gente en olvidar.

No obstante, y volviendo a lo que introducía, me topé con un resumen de tres columnas, precisamente de tres maestros de la retórica y mordaz ironía; Ussía, Losantos y Dávila.

Tremendo.

Losantos siempre consigue destacar, es más listo que los demás y no se “vende”, como otros muchos.

Ussía es un abuelete aburrido, misógino, casposo, y aunque algo menos tonto que Dávila, sí bastante inferior en varios aspectos que Losantos (menos en el físico).

Dávila… bueno Dávila es todo un poema. De hecho, para más información, os remito a mi columna en este mismo blog, titulada “Carlos Dávila, ese gran imbécil (I)”.

Bien, que me pierdo… el resumen de las noticias escritas por estos tres mosqueteros (leer "másqueheteros") viene a decirnos que “yo no soy maricón.” Por si tuviéramos alguna duda al respecto (bueno a Ussía se le ve un poco el florero, pero eso debe ser por su condición de aristócrata "in").

Por todo eso, me encanta leer y disfrutar de sus columnas; música celestial compuesta por ogros.

Fíjense además que, de los tres columnistas (no les llamo periodistas, pues el único licenciado es Losantos), de sus tres columnas, hay varias palabras que brillan por su repetición.

Pero vayamos por partes:

“Lo malo [de Evo Morales] es que es homófobo, y eso no encaja con el buenismo progre. Odia a los monfloritas. Y ha culpado de ello a los pollos que comen los europeos. Por ese motivo, en Europa hay tantos calvos y truchas (…) ‘desviados’ les ha dicho a los tornatrases (…) Y no he notado una reacción indignada en el llamado ‘poder rosa’ español, sector oficial. Como Evo es de ellos, Zerolo se ha limitado a emitir un ‘¡Oh!’, que no llega al mínimo nivel de consistencia.  El ‘¡Oh!’ está muy bien cuando se descubre inesperadamente un cachas guapetón y zalamero. -¿Has visto que pedazo de tío?-; y el otro dice: -¡Oh!-. Pero no resulta contundente. Bueno sería que los rosicleres y machorras de la Madre Patria, sector oficial, respondan con su habitual contundencia a este homófono machista del leninismo…”

Lo habéis adivinado, es la marca taaaan refinada de Ussía. (También se puede usar en cualquier ocasión para decir lo que uno piensa de un modo que no admite crítica alguna. Por ejemplo: “Al negro se lo han bebiiiiidooo”, refiriéndose a Obama ante su derrota estadística frente al Tea Party. O mejor todavía “Requeteflorines y tortilleriiiinas de la ceja”, para referirse a los simpatizantes gays de ZP. Queda bien y casi parece que eres listo y agudo).

Vamos a por otro:

 “O sea, ya sé por qué odio la carne de pollo. Creía que la hinchazón que me suministraron de este bicho en mi cercana infancia era la clave de mi aversión al muslo al muslo y la pechuga ‘pollal’. ¡No! Evo Morales, tan a distancia, me ha dado en el clavo: detesto el gallito porque siempre, de gustarme algo, me he inclinado por las señoras. Es un antropólogo este Evo. Dada su enjundia científica y alguna experiencia, supongo, próxima, lo probable es que hoy media Humanidad, las que prefiere a Penélope que a Zerolo, se niegue, como el firmante, a consumir ni siquiera una alita rebozada, no vaya a ser que la alita le contagie y se vuelva un florito. Pero los productores de esta avecilla infecta no tienen por qué preocuparse: el 10% o más de la población es de los de allá. Para ellos los pollos”.

O sea, yo tampoco sabía muy bien lo que quería decir Carlos Dávila. Hasta que cambié la palabra “pollo” por  “maricón” y hallé la respuesta:

 “O sea, ya sé por qué odio la carne de maricón. Evo Morales, tan a distancia, me ha dado en el clavo: detesto el maricón porque siempre, de gustarme algo, me he inclinado por las señoras. Es un antropólogo este Evo. Pero los productores de estos maricones infectos no tienen por qué preocuparse: el 10% o más de la población es de los de allá. Para ellos los maricones”.

Et voilà. Mensaje traducido. ¿Por qué no hará como Losantos y dice lo que quiere decir, hombre?

Por fín, vayamos con Losantos:

“…esa escoria, el Sumo Sacerdote de la Pachamama… La progrez le ríe las gracias a Evo, tal vez por ese racismo inconfesado que se advierte en la prescripción de las dictaduras para el Tercer Mundo o en la marginación de los negros en Cuba (…) Ser tan machote y llamarse Evo tiene que haberle acarreado bromas crueles en el colegio y burlas atroces en el Ejército. Podría rebautizarse como Adano Pachomomo, si a Zerolo le parece bien”.

Al menos no se repite como Dávila, no se recrea como el ególatra Ussía, va al grano en dos frases y es algo ingenioso.

Saquemos en claro lo que nos dicen estas tres opiniones:

Los tres personajes están de acuerdo en dejar claro que no son gays (bueno, a Ussía se le ve el florero y… mierda, eso ya lo dije), por otro lado, he aprendido un montón de palabras guays que dejan bien claro que aquí, el malo y homófobo, es Evo Morales:

“Monfloritas, truchas, tornatrases, rosicleres, machorras, florito, los de allá, Adano Pachomomo…” 

Pero sobre todo, hay un factor que me fascina tanto como a ellos: Zerolo. Los tres lo nombran en algún momento, como si no pudieran dejar de hacerlo en cuanto algo les saca de quicio.

¿Qué querrá decir? ¿Coincidencia? Si hay tantos gays, ¿por qué nombran siempre al mismo? Le he dado vueltas, y me quedo con mi teoría: están celosos. Sienten una tremenda envidia por un hombre que es libre, joven, que vive y dice lo que piensa, sin que le odien por ello. Es decir, justo lo contrario que ellos.