miércoles, 24 de noviembre de 2010

La visita (4/10)






1.      ¿Así que eres director de cine?

Cruzar un monasterio por el subsuelo no es algo que se pueda hacer todos los días. Mi parte más egoísta me decía que tenía que aprovechar todo lo que pudiera. Para mí. Sacarle todo el partido a esta experiencia, sin duda, fuera de lo común. Si lo de alejarme un fin de semana era romper la rutina, ciertamente lo que estaba viviendo en esos momentos era algo que necesitaba; el detonante de un nueva fase, algo así como una perforadora a punto de descubrir un nuevo yacimiento de petróleo.

Todo eso, en mi cabeza.

Las pequeñas lámparas que arbolaban el túnel se movían entre crujidos por las corrientes de aire. Había mucha humedad, incluso hilos de agua se deslizaban por las paredes de roca. El monje y yo avanzábamos despacio o, mejor dicho, todo lo rápido que mi cuerpo me permitía.
-          ¿Estás bien? –Preguntó él.
-          Tengo treinta y ocho años y me siento como si tuviera cien. –mascullé.
Él sonrió.

Seguimos caminando por el pasillo rocoso hasta encontrarnos ante una enorme puerta de madera que daba hacia otro pasadizo. El tablón estaba hinchado a causa de la humedad y la parte superior de la puerta se había desprendido del marco original. Ahora, su función apenas era de referencia para no perderse entre los largos corredores.
Cruzamos la entrada y seguimos caminando por la siguiente galería en silencio. Tras unos minutos, que me parecieron horas, pregunté un tanto inquieto:
-          Mi sentido de la orientación es pésimo, pero, ¿no deberíamos haber llegado ya a la hospedería?
-          Desde luego. Pero no vamos a la hospedería. –replicó enseguida.
-          Ah. En ese caso… –murmuré, cauteloso, sin acabar la frase.
¿Qué no me asustara? La mayoría de la gente que conozco lo estaría. Ese tipo bien podría ser un loco que en realidad me llevó a un lugar desconocido (después de todo solo vi una habitación y un montón de pasillos de piedra) para poder descuartizarme con tranquilidad. Además, en mi estado, cualquier intento de fuga se transformaría inmediatamente en una payasada. Así que tenía dos opciones: la primera era confiar en el chico y que fuera lo que Dios quisiera.

La segunda, adelantarme a un posible forcejeo y sacudirle en la cabeza con lo primero que tuviera a mano. Ya se sabe que un buen ataque…
Entonces él se detuvo y se giró hacia mí, como si hubiera leído mis pensamientos. Me sobresalté y me detuve en el acto, aunque por poco chocamos.
-          No tienes por qué preocuparte. Tan solo quiero que veas algo. –dijo suavemente.
Yo no entendía nada, pero en fin, decidí apostar por la primera opción.
Por ahora.

Al cabo de un rato y ante un poco locuaz anfitrión, seguí preguntando cosas:
-          ¿Cuánto tiempo llevas en el valle?
-          Cuatro años. –contestó.
-          Y se supone que este es tu lugar… ¿definitivo?
-          No, éste es un destino temporal.
-          ¿Hasta cuándo? –pregunté con sinceridad.
-          No lo sé.
-          Ah, os lo dicen sobre la marcha; “Oye que el mes que viene te vas a Vigo”.
-          ¡Sí! –Se rió– Funciona más o menos así.
-          ¿Pero tú estás a gusto aquí?
-          Lo estaré allá donde me toque ir.
-          Sabes a lo que me refiero. –dije– A veces se está más a gusto en algún lugar, sin que ello tenga nada que ver con nuestro trabajo.
-          Te entiendo pero no soy quien para decidir…
-          No estás hablando con tu jefe –esta vez le interrumpí yo–  ¡estás hablando con un amigo!
-          ¿Un amigo? –preguntó, sorprendido.
-          ¡Me has salvado la vida! ¡Me quitaste los calzoncillos, tío! No solo eres mi amigo, ¡eres mucho más! En cambio, ¿qué seré yo para ti? Una oveja descarriada que te encontraste una noche de frío y que debes devolver al rebaño.
-          Eso no es así. –dijo, un tanto tenso.

Fui un poco más allá:
 ¿Cuántos puntos te dan por cada buena acción que cumples?
-          ¡No eres justo! –repuso, con dureza.
-          Tú tampoco, ¡idiota! –grité– ¡Me hablas en clave! ¡Y creo que no me lo merezco!
-          ¡Eres un gilipollas engreído! –lanzó, por fin, con fuerza.
-          ¡Bien! Ya hemos dado un paso –Solté.

Ambos nos miramos muy serios, sin saber exactamente como cada uno actuaría.

-          ¿Sí? Pues dime, Raúl, –preguntó– ¿Qué es lo que alguien como tú se merece?
Ahí me había pillado. Intenté darle la vuelta al asunto, y llevármelo a mi terreno, pues era al fin y al cabo algo que se me daba bastante bien.
-          Estás hablando con gran prepotencia, amigo. –contesté, intentando parecer muy sereno.
Él no contestó. Tan solo me miraba, expectante. Hacía ya un rato que nos habíamos parado y nos mirábamos a los ojos. Aproveché su confusión:
-          Adornas y lanzas parábolas como si ninguna pudiera herirte. Deberías tener cuidado con eso.
El chico agachó la cabeza, pensativo.  –Yo seguí hablando:
-           No estoy hablando de lo que me suelen atribuir. No hablo de los aplausos o de las estúpidas críticas de mis películas. No hablo de los honores que me quieren dar en los festivales ni de los tan innecesarios como costosos y ridículos homenajes que dan los alcaldes cuando visitas su ciudad. Si estoy aquí es porque en general, la gente me dice lo que quiero oír. Y ya me he cansado de eso.
Me miró, muy serio.
-          Sinceridad. Eso es lo que merezco.  –apuntillé.
Luego, sonrió de nuevo.
-          Me estás llevando a tu terreno. Pero te entiendo.
“Menudo cabrón”, pensé.

-          Te pido perdón por haberte hablado de manera altiva, no era mi intención. –replicó.
-          Lo sé. –nos seguimos mirando largos segundos. Al fin me tendió su mano. Y posé la mía encima. Cerró sus dedos y seguimos adelante.

Tras unos pasos, me preguntó:
-          ¿Así que eres director de cine?





(partes 5-8 viernes 27.11.2010) 

No hay comentarios:

Publicar un comentario